Ella siempre fue la fuerte, la que no necesitaba dormir, comer o lo que sea que cualquier ser humano necesitara, la que cada tres o cuatro años enfermaba inexplicablemente sólo de cansancio, debido a dormir solo un par de horas por día para tener todo listo en casa, para que al despertar viéramos a una mujer vestida, peinada y maquillada, con desayuno, ropa y mochilas listas.
La que nunca se dejó de nadie, la que igual se ponía al tu por tu con un policía que con el ladrón que intentaba robarle. La que nunca se quejó de nada.
Ella, esa mujer tan fuerte, decidida y al mismo tiempo tan amorosa. La que nunca escatimó en amor, atención y disciplina, la que era ejemplo y admiración, a la que amaba y respetaba tanto, la que escuchaba, analizaba y aprendía, aún de mí, su hija.
Irme de casa implicó la decisión más difícil pues salía de su burbuja, de su cariño, de su protección, y aunque hablábamos cada semana, la visitaba tres veces al año, nunca dejó de hacerme falta.
Un día decidí que era tiempo de volver, que quería pasar los años que fuera que tuviera de vida a su lado, y al lado de mi gente. Regresé, conocí a mi marido, me embaracé y de pronto, como por arte de magia el chip en su cerebro cambió.
El último abrazo de hija lo recibí estando embarazada, después de ahí, mis hormonas, los cambios de humor, los pleitos por no entender mis decisiones, su envejecimiento natural, todo eso hizo que de algún modo, esos abrazos de madre se perdieran, y de pronto, 3 años después me encuentro con que mi madre ya no me ve como su hijita, ya no tiene deseos de abrazarme y aveces hasta siento que lo único que la hace querer verme es el hecho de que parí un niño que ella adora.
Ya no nos entendemos y llegué a un punto en el que mejor le doy por su lado, porque ella se niega a aceptar cualquier opinión que no sea la suya, o la de su hijo favorito, claro.
Es muy triste y doloroso ver que la mujer que era, ya no es, ha sido difícil entender que parte del deterioro cronológico es esto, es su cambio, es que ya no soy una hija para ella si no una madre, de su nieto adorado. Es saber que ya pierde la memoria, que ella crea que nadie sabe mas que ella y aun en los momentos de mayor tranquilidad, al querer platicar resulte en un, "no voy a cambiar, así soy, ya para qué"...
Me da tristeza... mucha.
Y cuando llego a su casa y ya solo se iluminan sus ojos cuando mira a mi hijo, lo cual me regocija y a la vez me destroza el alma.
Ya no tengo a mi mamá... solo existe la abuela de mi hijo, y eso me ha roto el corazón muchas veces.
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